Hay pocos asturianos más internacionales que el piloto de Fórmula 1 Fernando Alonso. Ovetense de nacimiento y doble campeón del mundo en esta modalidad de automovilismo, podríamos creer que el actual piloto de Aston Martin barrería para casa a la hora de hablar de comida.
Lo tendría fácil, evidentemente. Pocas cocinas son tan rotundas y generosas como la asturiana, que condensa en un territorio relativamente pequeño una cantidad de preparaciones que la convierte en un paraíso culinario.
No vamos a hablar del cachopo, esa bastardía contemporánea y llenabuches, que tampoco es el plato favorito de Fernando Alonso. Podríamos pensar que, sin embargo, Alonso se entrega con fruición a la fabada asturiana o a las fabes con almejas, pero parece que no es amante de la cuchara.
Quizá los tiros pudieran ir por el mar, otra bandera de la gastronomía asturiana, donde no podemos escapar del rollo de bonito o de las cebollas rellenas. Sin embargo, tampoco van por ahí los tiros de los gustos del piloto, que siempre ha hecho gala de asturianidad.
Pero no en lo gastronómico, según lo que hemos podido ver en sus redes sociales en los últimos días, pues el plato favorito de Fernando Alonso es la paella. No sabemos si valenciana —esperemos que sí, que no queremos conflictos diplomáticos entre provincias—, pero sí parece claro que es un amante convencido de los arroces.
No está mal, claro. Menos aún viendo cómo ha mejorado su paladar en todos estos años, pues su dieta, aún profesional, dejaba algo que desear en sus inicios. Teniendo como referencia a Fabrizio, el que fuera su chef durante su etapa en Renault, hace ya 15 años, los gustos de Alonso han evolucionado.
En aquella época consumía, sobre todo, proteínas fuera de temporada e hidratos de carbono durante la competición, dando especial relevancia a la pechuga de pollo —no creemos que fuera pitu de caleya— y a las verduras al vapor.
Lo que sí explicaba Fabrizio era que el piloto asturiano era goloso, pero de nuevo no iban a nombrarle hijo predilecto de Asturias si de dulces se hablaba. Ni habló de casadielles, de moscovitas o de carbayones, sino que se echó en brazos del tiramisú italiano.
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Nada que reprochar, claro, que para gustos los colores, pero sí es cierto que el ovetense podría barrer un poquito más para casa a la hora de comer.
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