José Barea es un veterano fotógrafo que, en los últimos años, se ha dedicado profesionalmente a la fotografía de arte y patrimonio: esto es, a ilustrar los nutridos catálogos y programas que acompañan a las exposiciones de todo tipo.
Fue de su experiencia fotografiando bestiarios medievales de la que surgió el nombre para un proyecto personal en el que lleva volcado los últimos 15 años y que se ha publicado ya en forma de libro.
Bestiarium es un compendio fotográfico de las casi 200 razas autóctonas de animales domésticos que hay en España, que se presentan en retratos sobre fondo blanco, con el espécimen mirando a cámara como único protagonista.
“Tú sabes que en los bestiarium medievales muchas veces lo que aparecen son animales mitad reales, mitad imaginarios”, explica Barea a DAP. “Cuando piensas en animales domésticos todo el mundo cree conocerlos, pero nadie sabe nada. Sales de Madrid y a 20 kilómetros ya empieza a haber animales que no conoces”.
Claro está que la mayoría de la gente sabe distinguir una vaca de una oveja, pero si bien conocemos algunas razas de perros porque convivimos más con ellas, apenas sabríamos distinguir entre razas bovinas u ovinas. Si acaso nos suenan las churras o las merinas, pero debido al popular refrán.
Todo ello pese a que, como apunta Barea, la selección genética de razas ha tenido una importancia capital en la economía española, un país donde la ganadería ha tenido tradicionalmente mucho peso.
Una raza –explica– no deja de ser un animal creado por el hombre que ha sido modificado a lo largo de los siglos por este y el entorno hasta llegar a una variedad genética que era especialmente útil para algo. La oveja merina, por ejemplo, era especialmente rentable por su lana. Pero, ¿qué pasa cuándo la lana ya no es tan rentable? ¿Qué pasa cuando ya no necesitamos bueyes para tirar de las carretas? En cuanto dejan de ser rentables, las razas se abandonan hasta que desaparecen.
La importancia de las razas autóctonas
“Los burros son un ejemplo clarísimo de un animal que lo ha sido todo en el mundo rural y ahora no sirve para nada”, explica Barea. “Pero solo tienes que saltar a África y darte cuenta de la importancia que tiene ese animal en todo el continente. Los mejores ejemplares de machos de burro los ha tenido el ejército, que son los únicos que saben que las cosas se pueden poner muy feas”.
Son animales cuyo futuro no pasa por la rentabilidad, pero ¿dice esto que no sea importante conservarlos? No, en opinión de Barea. Y ese es uno de los sentidos últimos de su proyecto fotográfico: poner en valor algunas razas al borde de la desaparición, pero cuya conservación, insiste, debería ser prioritaria. Y no solo desde un punto de vista patrimonial, sino también estratégico.
“Hay una estirpe del cerdo ibérico, el ibérico lampiño, que está en peligro de extinción”, explica el fotógrafo. “Es un cerdo muy muy gordo que se creó a mediados del siglo XX. Tiene muchísima grasa, porque en la posguerra que tuviese mucho tocino era interesante. Hoy nadie quiere tocino, pero eso no significa que mañana no lo necesites. Y volver a crear una raza así es muy complicado”.
“En economía eso también está estudiado”, explica Barea. “Es lo que se considera el valor de opción que no solo es el valor real de las cosas sino el que hace que tú guardes determinadas cosas porque a lo mejor mañana te valen. Pues ese valor de opción es el mismo valor que te debería hacer conservar esas razas que hoy a lo mejor no son especialmente rentables, pero mañana puede que lo sean porque, insisto, son razas adaptadas a un medio durante siglos”.
Un trabajo de años
Cuando Barea empezó con este proyecto personal, en torno al año 2010, no sabía que culminarlo le llevaría más de una década y decenas de viajes por toda España.
“No sabía qué me iba a encontrar, francamente no tenía ni idea y de hecho los ganaderos tampoco lo sabían”, reconoce el fotógrafo. “Me he valido de gente que sí sabe de ganadería y que sí me ha llevado a los lugares adecuados para hacer estas fotografías. Yo sabía hacer las fotografías, pero los ejemplares que estaban ahí son ejemplares que no he seleccionado yo. He querido que cuando una persona que no sabe de una raza vea el animal le atraiga la mirada de ese animal, pero cuando un ganadero vea ese animal y conozca la raza dice diga ‘qué ejemplar más bueno”.
Desde el principio Barea tenía claro, además, que quería fotografiar a todos los animales de la misma manera: en una foto con fondo blanco, de estudio, para que fueran los únicos protagonistas. Esto, claro, complicaba muchísimo la logística.
“Yo llegaba a los sitios y no tenía nada que ofrecer”, reconoce Barea. “Simplemente, lo que les estaba generando era un pequeño problema. Voy a montar aquí un plató fotográfico en medio del campo o donde haga falta. Y me encontré algo muy bonito. Primero, gente muy amable, pero sobre todo me encontré gente muy orgullosa de lo que hace”.
En este tiempo Barea, que vive en Madrid, ha logrado lo que muchos urbanitas creen imposible: romper la incomprensión tan profunda que hay entre el campo y la ciudad. Una incomprensión que tiene mucho que ver, explica, por intentar ver el “campo” o la “ciudad” como un todo homogéneo.
“También hay una distancia entre el propio campo de unas zonas a otras”, apunta Barea. “La manera de gestionar el territorio no tiene nada que ver en el norte con el sur de España. Entonces, cuando se habla del campo no se puede generalizar de la manera que a veces generalizamos. Ni los tipos de ganadería ni los tipos de gestión de esa ganadería tienen absolutamente nada que ver. No hay una fórmula que digas esto vale para todo el territorio”.
Unas razas más sostenibles
Esta generalización lleva, además, a criticar la ganadería en general, como una actividad poco respetuosa con el medio ambiente. Pero, precisamente, las razas autóctonas son en su gran mayoría animales que se manejan en extensivo, que consumen menos recursos que las razas foráneas más productivas, y que han estado siglos moldeando –y moldeándose– en un ecosistema para el que son beneficiosas.
“Cuando se habla de ganadería muchas veces se habla solo de carne y se mezcla a ganadería extensiva con la ganadería intensiva que no tienen absolutamente nada que ver”, apuna Barea. “Pero, ¿por qué se mezclan? Por el absoluto desconocimiento que hay en la ciudad con respecto a lo que es la ganadería. Solo tenemos una referencia cuando vamos a un lineal de un supermercado. Y eso no puede ser”.
En este sentido, el fotógrafo anima a las administraciones a impulsar el conocimiento de las razas, al igual que se ha impulsado la cultura en torno a las variedades de uvas o de tomates.
“Las IGP siempre le dan información precisamente al territorio, no a la raza”, explica Barea. “Pregúntale a cualquier restaurador cuáles son las razas que aglutinan por ejemplo el ternasco de Aragón, a ver si te las sabe decir. O el lechazo. ¿Qué razas están incluidas dentro del lechazo de Castilla León? Eso es un grave problema de comunicación. Se utiliza mucho dinero, muchos recursos, en dar a conocer esos productos, pero no a los animales de los que salen esos productos”
Si conociéramos mejor a los animales que nos han acompañado, en muchos casos, durante siglos, le daríamos más importancia a lo que obtenemos de ellos. “Daría un valor añadido también a los ganaderos que están apostando por especies que a lo mejor hacen un producto diferenciado, pero que son menos productivas”, concluye Barea.
José Barea está presentando Bestiarium por diversas ciudades de España. La próxima exposición tendrá lugar del 8 al 10 de noviembre en FEGASUR, Jerez de la Frontera.
Imágenes | José Barea
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