La última casa de comidas está en un pueblo de Salamanca (y nació de la mano de una fábrica de combustible nuclear)

El municipio de Ledesma, en el norte de la provincia de Salamanca, es conocido por sus puentes romanos, su castillo y por albergar en su iglesia el conjunto de reliquias más peregrino de la Edad Media: los esqueletos de Ysacio, Josefo y Jacobo, los pastores del portal de Belén. Pero estas no son las únicas reliquias del pueblo, que atesora también una de las últimas casas de comidas dignas de tal nombre de España.

La Fernandica es, literalmente, una casa de pueblo en la que se sirven comidas. Su dos salas son las habitaciones de la casa, con su chimenea, sus braseros en funcionamiento y una decoración que no ha cambiado un ápice en décadas. Tampoco lo ha hecho la comida, que siguen elaborando a diario Ángeles Velasco, su hermana Teresa y su hija María Teresa Cuadrado, que atiende a los clientes junto a su primo, Ramón Castilla (juntos, en la foto de apertura).

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“Mi tía tiene 97 años y es la que hace las patatas meneas y los guisos, con mi madre”, explica Cuadrado. “Siguen guisando las dos. Mi madre, que tiene 78 años, era siempre la que daba la cara, la que hablaba y atendía a la gente, pero al operarla pues no está para servir, pero está para hacer otras cosas”.

La sopa de ajo no falta entre los primeros platos. Para beber, jarras de vino cosechero y casera.

En el menú diario, que se canta a viva voz, perviven algunos platos muy conocidos en la zona con otras recetas difíciles de encontrar en cualquier otro restaurante. Comida casera de verdad, riquísima, y a precios populares: difícil es salir por más de 20 euros, comiendo y bebiendo todo lo que se te antoje.

Entre sus especialidades, las patatas meneas (que se hacen a la brasa), el cabrito guisado, los tostones de cerdo, las almóndigas, la lengua estofada o el rabo de toro guisado con verduras y sin vino, que nada tiene que envidar, insiste Cuadrado, al que se prepara en Córdoba.

Para terminar, una tabla de quesos. O, mejor dicho, una mesa camilla repleta de quesos, que los comensales pueden cortar al gusto. “Mi madre decía que para que iban a partir si luego la gete se pone lo que quiere”, bromea Cuadrado.

La Fernandica es una casa de pueblo, con su chimenea, de la que en invierno se alimentan los braseros.

De bar a restaurante gracias a “la nuclear”

La Fernandica debió empezar a funcionar como bar informal hace unos 150 años, calcula Cuadrado, de manos de su tatarabuelo. “El nombre se puso porque había dos personas que se llamaban Fernando, uno era muy alto y uno muy chico”, explica. “En los pueblos habían motes, y mi abuelo que era el pequeño era Fernandico y el grande Fernandote”.

“Han guisado hasta gato. Pero el negocio era el vino”

Durante mucho tiempo, La Fernandica funcionó solo como bar. “La gente venía a tomar una jarra de vino, se ponía cino o seis vasos y se repartían. La gente venía con su comida. No había cubatas ni nada. Comidas antes no se daban”.

Luego la casa empezó a funcionar como posada, para acoger a los trabajadores que venían a Ledesma a trabajar en la presa de Almendra, la más alta de España y la segunda de Europa, que comenzó a construirse en el año 1964. “Cuando la gente venía a hacerla muchos se quedaban a dormir, iban al mercado y teníamos una cuadra donde dejanban las bicicletas”, explica Cuadrado.

El cabrito se guisa con vino blanco, laurel y cebolla, a la antigua usanza. Y está que flipas.

Durante estos años, Ángela y Teresa cocinaban solo bajo pedido. “Si alguien mataba conejos o cabritos venían y se los hacía mi abuela o mí tía”, explica Cuadrado “Entonces te traían ellos la comida para que tu se la hicieras. Han guisado hasta gato. Pero el negocio era el vino”.

La cosa cambio en los años 80, cuando comenzó a construirse la fábrica de barras de combustible nuclear de Juzbado, un pueblo cercano a Ledesma. “Empezamos a dar comidas cuando empezó la nuclear”, confirma Cuadrado. “Dormían en Salamanca y venían a comer aquí. Y hasta ahora”.

La tabla de quesos es una mesa camilla.

“Uy, donde nos hemos metido”

Pese a que La Fernandica se hizo un nombre entre los trabajadores de Enusa (que así se llama la empresa pública que gestiona la fábrica de combustible nuclear), muchos de los altos cargos que pasaban por allí quedaban escandalizados.

Mucha gente cuando entra dice 'uy, donde nos hemos metido'”, reconoce Cuadrado. “Como sorpresa, sabes. Yo he tenido a gente que se ha salido y luego ha vuelto y ha sido secretario de estado”.

Lo cierto es que el restaurante te deja boquiabierto, pues es obvio que no estás ante una recreación de cómo era una casa de comidas de hace medio siglo. Es una casa de comidas de hace medio siglo.

“No hemos querido cambiarlo, porque si cambias es distinto”, explica Cuadrado. “Ahora por las redes sociales ya sabes dónde vas, pero bueno, siempre hay gente a la que le sorprende. En Galicia debe haber algún sito como el nuestro, según nos han comentado”.

Gallegos aparte, La Fernandica es un restaurante de las que ya no quedan. Y Cuadrado no tiene claro si seguirá abierto mucho más tiempo: “Estoy contenta, pero ya no nos ayudan los hijos, y si metes a gente es distinto. Hemos sido siempre solo la familia. Los muchachos te ayudan lo que pueden, per bueno, ellos tienen su vida, sus trabajos. Mientras podamos ir tirando los cuatro... Pero no creo que esto vaya a seguir”.

Qué pedir: en nuestra comida disfrutamos especialmente de las patatas meneas, el cabrito guisado y las almóndigas, pero hablan maravillas del rabo de toro y el cocido, que seguro volveré a probar.

Datos prácticos
Dónde: Calle Cerezo, 2. Salamanca
Precio medio: 20€
Reservas: 923 57 00 54
Horarios: abre todos los días.

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