Es innegable que las condiciones climáticas de cada momento del año influyen de forma determinante en nuestros hábitos alimenticios. Yo no tengo ninguna duda al elegir mi época favorita, disfruto de los meses fríos porque considero de lo más placentero reconfortarse con platos y tazas humeantes cuando bajan las temperaturas. Y si hay un producto que destaca en esta época de abrigos y bufandas, sin duda es el chocolate caliente a la taza. Hoy nos puede parecer una bebida de lo más corriente, pero el chocolate a la taza ha vivido interesantes episodios a lo largo de su historia antes de convertirse en un producto tan popular.
Hace un tiempo comentamos brevemente el origen del cacao y su expansión por Europa en forma de chocolate, pero me gustaría detenerme un poco más en cómo se produjo exactamente ese salto desde su forma original usada por los indígenas, hasta el placentero capricho que disfrutamos hoy acompañado de diferentes dulces. Y es que, a pesar de que la bebida de cacao se toma en prácticamente todo el mundo, el chocolate a la taza español tiene unas características propias que marcan su distintiva personalidad.
Orígenes americanos: el xocolatl
El primer contacto que tuvimos los europeos con el cacao fue durante el cuarto viaje de Cristóbal Colón a América, en 1502, aunque se puede decir que el verdadero descubrimiento por parte de los españoles se produciría en tierras mexicanas en las décadas siguientes. En el territorio que ocupa hoy México, los aztecas preparaban una exótica bebida elaborada a base de granos de cacao, el llamado xocolatl, una continuación del chocolha que consumían previamente los mayas y otras civilizaciones anteriores.
Pero este producto indígena distaba mucho de ser la dulce bebida que conocemos hoy. Aunque parece ser que los aztecas la consumían a diario, tenía un valor especial como parte de ritos ceremoniales. Se trataba de una preparación de sabor muy fuerte al tener una alta concentración de granos de cacao. Además lo mezclaban con otros ingredientes poco agradables para el paladar occidental, desde chile hasta hongos alucinógenos, creando una bebida muy picante y amarga.
Alimento del clero
El cacao desembarcó en Europa por primera vez de la mano de Hernán Cortés a finales de la década de 1520, convirtiéndose pronto en un producto exótico más que despertaba la curiosidad de reyes y nobles, aunque tardó en implantarse su consumo. Pero el paso definitivo que le permitió evolucionar hacia la bebida actual se lo debemos al otro gran estrato de la sociedad de aquellos momentos, el clero. Hacía falta rebajar la mezcla y endulzarla.
El origen exacto del cacao con azúcar no está claro, pero sí que parece seguro que fueron las órdenes religiosas las que investigaron las formas de preparar los productos americanos, y por tanto sus miembros fueron los pioneros en trabajar los granos de cacao con azúcar. Varias comunidades religiosas del Nuevo Mundo investigaron fórmulas de preparar la bebida, como añadiendo canela y anís, y también se abrieron numerosas chocolaterías en México y otras zonas americanas.
En España primero, y en toda Europa después, su consumo se extendió entre el alto clero como parte del desayuno y la merienda, pasando su influencia a la nobleza. No tardó en popularizarse por monasterios y conventos de todo el país, especialmente entre la orden del císter, ya que hay quien señala a los monjes del Monasterio de Piedra de Zaragoaza como los primeros en poseer la receta de la nueva bebida dulce.
Su consumo se volvió tan habitual entre los miembros del clero que no tardó en levantar suspicacias. La principal polémica surgió debido a que el chocolate se tomaba cada día de forma rutinaria, incluso durante el ayuno, por su poder nutritivo. Sin embargo, se llegó a consumir con un nivel de obsesión tan alto que las autoridades eclesiásticas se plantearon seriamente si la nueva bebida no sería en realidad perniciosa, convirtiéndose la cuestión en un complejo debate de moralidad y rectitud religiosa.
Bebida elitista
Conflictos morales aparte, el chocolate caliente no tardó en convertirse en un símbolo del estatus social de la población, de tal modo que no podía faltar en el menú diario de toda buena familia que se preciara de serlo. Cobró popularidad sobre todo entre las damas de la aristocracia, como parte indispensable del agasajo que ofrecían a las visitas, convirtiendo su vida social en todo un ceremonial.
Recibir invitados y ser a su vez recibidas en casas ajenas era una de las principales actividades de las mujeres de alta alcurnia, que en poca cosa más podían invertir su tiempo de ocio. Especialmente relevantes eran las reuniones exclusivamente femeninas, donde las damas tomaban todo tipo de dulces mientras compartían confidencias a salvo de oídos masculinos. El chocolate se convirtió en parte fundamental de esas reuniones, acompañado de delicias como pequeños bizcochos o frutas confitadas.
En el resto de Europa el consumo del chocolate se extendió algo más tarde. Los españoles guardaban celosamente sus recetas, y los nuevos productos tardaban en ser aceptados. Gracias a la afición que mostró a la dulce bebida la reina Ana de Austria, hija de Felipe III y esposa de Luis XIII de Francia, se le dio un notable impulso. Se impuso el consumo habitual del chocolate en la corte francesa, y de allí pasó al resto del continente. Todas las damas de corte se entusiasmaron con la bebida y se puso de moda ofrecer meriendas a base de chocolate.
Popularización y expansión social
El siglo XVIII fue clave en la definitiva expansión del chocolate por toda Europa. Una vez aceptado por las élites de la sociedad, no tardó en popularizarse entre la población general de casi todo el continente, sobre todo gracias a la difusión que hicieron de la bebida las diferentes órdenes religiosas, que lo consideraban un alimento muy nutritivo y estimulante.
Fue en este siglo además cuando se consiguió convertir el cacao en tableta de chocolate. La calidad de los productos había mejorado mucho gracias a los avances tecnológicos. Eran conocidos especialmente los artesanos chocolateros holandeses, pioneros en la mecanización de la producción, que consiguieron separar la manteca de cacao para crear un producto menos graso.
Ya en el siglo XIX el chocolate caliente, se había convertido en parte fundamental de desayunos y meriendas. Aunque cada país ha desarrollado sus propias variedades y métodos de preparación, lo cierto es que el chocolate a la taza español se distingue con una personalidad propia. Independientemente de los gustos personales, un buen chocolate tiene que ser espeso y humeante, para poder mojar con propiedad los churros o las porras de rigor. Hay pocos planes más sencillos pero tan reconfortantes como poder quedar con unos amigos en una fría tarde de invierno para compartir risas y dulces alrededor de un buen chocolate caliente.
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